miércoles, 19 de mayo de 2021

1933. 9 de diciembre. 23 MUERTOS Y 38 HERIDOS EN UN SANGRIENTO ATENTADO TERRORISTA EN PUÇOL

                 En el transcurso de la que se conoció como insurrección anarquista de diciembre de 1933, huelga general revolucionaria acompañada de una actuación de milicias armadas que pretendían implantar el comunismo libertario, tuvieron lugar por toda España numerosos hechos delictivos y atentados.

                Los asaltos más sangrientos fueron los atentados anarquistas que provocaron el descarrilamiento de trenes. El domingo 10 de diciembre, en Briones (La Rioja), el tren expreso 831 fue víctima de un sabotaje, descarrilando su locomotora y nueve vagones sin que se produjesen muertos. En Calatayud (Zaragoza) los golpistas volaron dos puentes ferroviarios que obligaron a detenerse al expreso correo de Madrid a Barcelona. En Zuera (Zaragoza), cerca de la estación, los golpistas levantaron una vía de la línea férrea y cortaron los hilos telegráficos. A causa del sabotaje, a las tres de la madrugada descarrilaron la locomotora y cinco vagones del tren correo expreso 204 de Bilbao a Zaragoza, produciéndose once heridos, uno de ellos de gravedad.

               

El atentado más cruento ocurrió a las once de la noche del sábado 9 de diciembre de 1933, en el barranco La Rambla de Puçol, situado entre las estaciones de ferrocarril de El Puig y Puçol, cuando el rápido Barcelona-Sevilla, a causa de una bomba colocada en el puente, hizo que descarrilase cuando lo cruzaba.

                Formaban el convoy la máquina 4582, conducida por el maquinista Joaquín María y el fogonero Enrique Rausell, seguida de un furgón tras el cual iban dos coches de tercera, a los que precedían dos de primera, el vagón restaurant, el coche cama y el furgón de cola.

                El expreso había salido de Barcelona a las tres de la tarde y a las once llegó al punto en que ocurrió la catástrofe, sito en el kilómetro 20,500 de la línea Tarragona-Valencia.

                Al entrar en el puente, el maquinista notó que la locomotora empezaba a saltar con tendencia a descarrilar por lo que aminoró la marcha y a los pocos metros descarriló a la derecha, ya que los raíles estaban cortados y desviados. Además, había un dispositivo a presión automático para que cuando pasara el tren se produjera una explosión y la voladura del puente.

                Después del descarrilamiento, el maquinista marchó andando a la estación de El Puig, donde dio cuenta al Jefe de Estación del suceso. Se comunicó la noticia a Sagunto y a Puçol.

               


                En el lugar del suceso el espectáculo era dantesco, encima del puente, sosteniéndose por su misma trabazón, se veían, unos encima de otros, dos coches de tercera, y deshecho por completo el furgón de cabeza. La máquina, que había cruzado el puente, había quedado tumbada sobre su lado derecho. El puente no estaba roto, sino retorcido y enormemente desviado de su normal dirección, y los coches colgaban de él sin llegar al fondo del barranco.

                Los primeros en acudir al lugar de la catástrofe fueron un numeroso grupo de vecinos de Puçol, llegando acto seguido los de los pueblos colindantes. La completa oscuridad reinante añadía horrores al terrible cuadro, que pudo ser disipada a medias gracias a los hachones que proporcionó el sacristán de la iglesia de Puçol, Juan Bautista Claramunt, entregándolos a los vecinos. En estas condiciones pudo improvisarse el salvamento. Entre los vecinos de Puçol que más destacaron en las labores de rescate estaban José Bayarri Llácer, Barrina; Salvador Rubio, el Parrach, así como El Lluno, Barro, Cotorra y Palomos el de Leandro.




                Entre ayes de dolor y frenéticas demandas de auxilio, vecinos de El Puig, Puçol y Sagunto, junto con empleados ferroviarios y fuerzas de la Guardia Civil, trabajaron sin descanso para librar a los que gritaban aprisionados en el interior de los vagones. Los vecinos fueron sacando cadáveres y heridos, y colocándolos a lo largo de la vía en espera de la llegada de material de salvamento. La extracción de los heridos de los coches se realizó trabajosamente y a costa de grandes esfuerzos, ya que para llegar a los vagones es necesario apartar enormes montones de hierros y astillas, ya que las unidades del convoy estaban empotradas unas contra otras.

Despreciando el peligro y alumbrándose con las hachas, quitando astillas, sacaban a los heridos, que se pasaban de unos a otros hasta dejarlos en manos de los médicos. La situación de los vagones siniestrados dificultaba enormemente las labores de salvamento ya que no se podía pasar de cabeza a cola del tren teniendo que cruzar constantemente por el barranco.




                Toda la zona que comprende la tragedia estaba iluminada con hachas, faroles y teas que mantenían encendidas los vecinos.

 

A las 11.45 salió de Sagunto una vagoneta movida a mano con dos médicos, que fue alcanzada antes de llegar al lugar del siniestro por un tren de socorro que había salido de la citada estación en el que viajaba el juez de primera instancia de Sagunto, Ernesto García Trevijano, el secretario Emilio Bernacer, y los oficiales Gil y Garzó, y el alguacil Toribio Monarus, que desde los primeros momentos contribuyeron al salvamento de los heridos.




Con anterioridad habían llegado al lugar del suceso los médicos de El Puig, Francisco Alcalá y Alfredo Pérez, los de Puçol, José Belda, Enrique Almenar, Juan Escribá y Gabriel Garcés, y de Sagunto, el forense Antonio Blanco y el doctor Mora. Entre todos rivalizaron en atender a los lesionados, a los que se curó en el vagón restaurante mientras se depositaba en el coche cama a los más graves y así, acomodados, retrocedieron a Sagunto.

                Al llegar la noticia a Valencia salieron utilizando sus medios particulares los doctores López Trigo, padre e hijo, y la ambulancia municipal con los doctores Ramón Pascual y Francisco Ferró, con los practicantes Miranda y Palacios.

                A las 00:30 los andenes de la estación del Norte de Valencia se hallaban ocupados por un inmenso gentío ansioso de conocer noticias de la tragedia, que se había difundido vertiginosamente por la ciudad produciendo en el vecindario enorme ansiedad e indignación. Allí se organizó un tren de socorro en el que se trasladó a El Puig el doctor Cogollos y otros médicos de la compañía, con numeroso personal ferroviario para colaborar en los trabajos de salvamento. De la estación del Cabañal salió también una máquina con su furgón para trasladar a Valencia a los heridos.

               



                A la 1:05 los viajeros llegados en el rápido de Bilbao por el Central de Aragón narraron la horrorosa visión de la catástrofe, la máquina sobre la vía en dirección a Valencia, tres de los coches precipitados en el barranco, el coche restaurante atravesado en las vías y el resto del convoy con las unidades descarriladas.

                A las 02.40 del domingo llegó a la estación de Valencia una máquina que había quedado detenida en la estación de El Puig, que arrastraba un furgón con heridos a los que acompañaban dos médicos. Allí fueron instalados en camillas militares y de la Junta Provincial, y después de reconocidos por los médicos fueron trasladados, los más graves, al Hospital en coches ambulancia. 

                Apenas se tuvo noticia en Sagunto del suceso; todos los autobuses de línea que se encontraban en la ciudad se apresuraron a salir para prestar los auxilios para lo que fuesen requeridos. Gracias a ello, algunos heridos pudieron ser llevados a Sagunto con relativa facilidad y rapidez. Otros heridos fueron trasladados a Valencia en los coches ambulancia de la Diputación y del Ayuntamiento de Valencia.




                Las dificultades del transporte de los heridos desde la vía a la carretera fueron grandes por la oscuridad dominante y por la blandura del terreno, debida a las recientes lluvias, que ofrecía serios obstáculos.

                Los facultativos del Hospital se presentaron en el establecimiento dedicándose a curar a los heridos a medida que iban llegando.  


 


La pareja de la Guardia Civil que viajaba en el tren prestando el servicio de escolta fue ingresada en el Hospital Militar con lesiones graves en todo el cuerpo aunque su vida no corría peligro. El fogonero fue encontrado muerto en las inmediaciones de la vía.

                A las 16:00 del día 10, domingo, habían sido extraídos once muertos, había veintiocho hospitalizados en Valencia y el número de heridos era indeterminado todavía ya que habían sido curados en pueblos próximos y en la capital.

 

                El servicio de viajeros de los trenes de Valencia a Castellón y de los expresos, correos y mixtos se realizó por la línea del Central de Aragón, entre Valencia y el empalme de Sagunto.

 



                Mientras continuaban los trabajos de encarrilamiento y desescombro, a las 12:00 del lunes 11, el comisario del Estado en los Ferrocarriles del Norte, Carlos Escribano, después de inspeccionar el lugar del accidente, manifestó que el material descarrilado formaba un bloque compacto imposible de despejar mientras se hallasen entre él los cadáveres que aún no habían sido extraídos. Una vez efectuada esta operación se procedió con medidas extremas, incluso incendiando los restos de los coches, a la reparación de las averías causadas, con objeto de dejar expedita la vía lo antes posible y la construcción de un nuevo pontón.

                También manifestó que había quedado demostrado que la catástrofe no fue originada por la explosión de una bomba sino por haber quitado un carril de 12,48 metros a la entrada del puente. Los autores del atentado habían levantado el carril quitando los tornillos y dejándolos al lado para que no se advirtiera la manipulación. Por tanto, quedaba descartada la opinión del maquinista, que atribuyó el accidente a la explosión de una bomba de contacto que habría estallado al producirse el roce pasada la locomotora, afirmándose en esta creencia por haber desaparecido el tender de la máquina completamente destrozado por efecto de la explosión.

 

                Hasta ese momento había diecinueve muertos.

 

                Fueron detenidos cinco individuos sospechosos de ser los autores de la catástrofe, dos por la Guardia Civil y los otros tres por agentes de la Policía. Había absoluta reserva sobre estas detenciones aunque parece que el principal culpable fue Enrique Sauri Martí, Petra, natural de Foyos, de veintinueve años, que vivía en casa de su suegro en La Puebla de Farnals.



 


                El martes 12, un coche de primera, que estaba incrustado en otro de tercera, lo estaban cortando por la mitad ante la imposibilidad de sacarlo entero. Quedaban todavía dos coches de tercera que ya se hubieran quemado o hecho volar si no hubiera la suposición que dentro de ellos quedaban más cadáveres.

En este punto, los trabajos, a pesar de la lluvia tenaz y persistente, continuaban por parte de personal experto en metalurgia que, utilizando sopletes, cortaban los herrajes de los vagones para poder retirar mejor el material destrozado y comprobaban si había o no más cadáveres entre los montones de astillas. A última hora de la tarde se extrajeron dos cadáveres.    Ya eran veintidós los fallecidos. 

 

 

 

El jueves 14 seguían los trabajos de desmoche en los que se trabajaba con soplete y con una potente grúa de 25 toneladas y otra de mano más pequeña. Se instaló un nuevo puente metálico por personal técnico especializado que llegó de Valladolid. El puente estuvo dispuesto al día siguiente.

El día 16, sábado, a las cinco de la tarde, quedó colocado en su posición definitiva el puente y las vías quedaron expeditas, quedando restablecido el servicio.

El acto terrorista provocó veintitrés muertos y treinta y ocho heridos y mutilados.

 

 

 

ABC, 10/12/1933, 12/12/1933, 13/12/1933

EL HERALDO DE MADRID, 11/12/1933, 12/12/1933, 13/12/1933, 23/12/1933, 26/12/1933

EL SIGLO FUTURO, 12/12/1933, 13/12/1933, 14/12/1933, 28/12/1933

LA CORRESPONDENCIA DE VALENCIA, 12/12/1933

LA VANGUARDIA, 10/12/1933, 12/12/1933

LAS PROVINCIAS, 12/12/1933

MUNDO GRAFICO, 13/12/1933

NUEVO MUNDO, 15/12/1933

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