En el transcurso de la que se conoció como insurrección anarquista de diciembre de 1933, huelga general revolucionaria acompañada de una actuación de milicias armadas que pretendían implantar el comunismo libertario, tuvieron lugar por toda España numerosos hechos delictivos y atentados.
Los
asaltos más sangrientos fueron los atentados anarquistas que provocaron el descarrilamiento
de trenes. El domingo 10 de diciembre, en Briones (La Rioja), el tren expreso
831 fue víctima de un sabotaje, descarrilando su locomotora y nueve vagones sin
que se produjesen muertos. En Calatayud (Zaragoza) los golpistas volaron dos
puentes ferroviarios que obligaron a detenerse al expreso correo de Madrid a
Barcelona. En Zuera (Zaragoza), cerca de la estación, los golpistas levantaron
una vía de la línea férrea y cortaron los hilos telegráficos. A causa del
sabotaje, a las tres de la madrugada descarrilaron la locomotora y cinco
vagones del tren correo expreso 204 de Bilbao a Zaragoza, produciéndose once
heridos, uno de ellos de gravedad.
El atentado más cruento ocurrió a las once de
la noche del sábado 9 de diciembre de 1933, en el barranco La Rambla de Puçol, situado
entre las estaciones de ferrocarril de El Puig y Puçol, cuando el rápido
Barcelona-Sevilla, a causa de una bomba colocada en el puente, hizo que
descarrilase cuando lo cruzaba.
Formaban
el convoy la máquina 4582, conducida por el maquinista Joaquín María y el
fogonero Enrique Rausell, seguida de un furgón tras el cual iban dos coches de
tercera, a los que precedían dos de primera, el vagón restaurant, el coche cama
y el furgón de cola.
El
expreso había salido de Barcelona a las tres de la tarde y a las once llegó al
punto en que ocurrió la catástrofe, sito en el kilómetro 20,500 de la línea Tarragona-Valencia.
Al
entrar en el puente, el maquinista notó que la locomotora empezaba a saltar con
tendencia a descarrilar por lo que aminoró la marcha y a los pocos metros
descarriló a la derecha, ya que los raíles estaban cortados y desviados. Además,
había un dispositivo a presión automático para que cuando pasara el tren se
produjera una explosión y la voladura del puente.
Después
del descarrilamiento, el maquinista marchó andando a la estación de El Puig,
donde dio cuenta al Jefe de Estación del suceso. Se comunicó la noticia a
Sagunto y a Puçol.
En
el lugar del suceso el espectáculo era dantesco, encima del puente,
sosteniéndose por su misma trabazón, se veían, unos encima de otros, dos coches
de tercera, y deshecho por completo el furgón de cabeza. La máquina, que había
cruzado el puente, había quedado tumbada sobre su lado derecho. El puente no
estaba roto, sino retorcido y enormemente desviado de su normal dirección, y
los coches colgaban de él sin llegar al fondo del barranco.
Los
primeros en acudir al lugar de la catástrofe fueron un numeroso grupo de
vecinos de Puçol, llegando acto seguido los de los pueblos colindantes. La
completa oscuridad reinante añadía horrores al terrible cuadro, que pudo ser
disipada a medias gracias a los hachones que proporcionó el sacristán de la
iglesia de Puçol, Juan Bautista Claramunt, entregándolos a los vecinos. En
estas condiciones pudo improvisarse el salvamento. Entre los vecinos de Puçol
que más destacaron en las labores de rescate estaban José Bayarri Llácer, Barrina; Salvador Rubio, el Parrach, así como El Lluno, Barro, Cotorra y Palomos el
de Leandro.
Entre
ayes de dolor y frenéticas demandas de auxilio, vecinos de El Puig, Puçol y
Sagunto, junto con empleados ferroviarios y fuerzas de la Guardia Civil,
trabajaron sin descanso para librar a los que gritaban aprisionados en el
interior de los vagones. Los vecinos fueron sacando cadáveres y heridos, y
colocándolos a lo largo de la vía en espera de la llegada de material de
salvamento. La extracción de los heridos de los coches se realizó
trabajosamente y a costa de grandes esfuerzos, ya que para llegar a los vagones
es necesario apartar enormes montones de hierros y astillas, ya que las
unidades del convoy estaban empotradas unas contra otras.
Despreciando el peligro y alumbrándose con las
hachas, quitando astillas, sacaban a los heridos, que se pasaban de unos a
otros hasta dejarlos en manos de los médicos. La situación de los vagones
siniestrados dificultaba enormemente las labores de salvamento ya que no se
podía pasar de cabeza a cola del tren teniendo que cruzar constantemente por el
barranco.
Toda
la zona que comprende la tragedia estaba iluminada con hachas, faroles y teas
que mantenían encendidas los vecinos.
A las 11.45 salió de Sagunto una vagoneta
movida a mano con dos médicos, que fue alcanzada antes de llegar al lugar del
siniestro por un tren de socorro que había salido de la citada estación en el
que viajaba el juez de primera instancia de Sagunto, Ernesto García Trevijano,
el secretario Emilio Bernacer, y los oficiales Gil y Garzó, y el alguacil
Toribio Monarus, que desde los primeros momentos contribuyeron al salvamento de
los heridos.
Con anterioridad habían llegado al lugar del
suceso los médicos de El Puig, Francisco Alcalá y Alfredo Pérez, los de Puçol,
José Belda, Enrique Almenar, Juan Escribá y Gabriel Garcés, y de Sagunto, el
forense Antonio Blanco y el doctor Mora. Entre todos rivalizaron en atender a
los lesionados, a los que se curó en el vagón restaurante mientras se
depositaba en el coche cama a los más graves y así, acomodados, retrocedieron a
Sagunto.
Al
llegar la noticia a Valencia salieron utilizando sus medios particulares los doctores
López Trigo, padre e hijo, y la ambulancia municipal con los doctores Ramón
Pascual y Francisco Ferró, con los practicantes Miranda y Palacios.
A
las 00:30 los andenes de la estación del Norte de Valencia se hallaban ocupados
por un inmenso gentío ansioso de conocer noticias de la tragedia, que se había
difundido vertiginosamente por la ciudad produciendo en el vecindario enorme
ansiedad e indignación. Allí se organizó un tren de socorro en el que se
trasladó a El Puig el doctor Cogollos y otros médicos de la compañía, con
numeroso personal ferroviario para colaborar en los trabajos de salvamento. De
la estación del Cabañal salió también una máquina con su furgón para trasladar
a Valencia a los heridos.
A
la 1:05 los viajeros llegados en el rápido de Bilbao por el Central de Aragón
narraron la horrorosa visión de la catástrofe, la máquina sobre la vía en
dirección a Valencia, tres de los coches precipitados en el barranco, el coche
restaurante atravesado en las vías y el resto del convoy con las unidades
descarriladas.
A
las 02.40 del domingo llegó a la estación de Valencia una máquina que había
quedado detenida en la estación de El Puig, que arrastraba un furgón con
heridos a los que acompañaban dos médicos. Allí fueron instalados en camillas
militares y de la Junta Provincial, y después de reconocidos por los médicos
fueron trasladados, los más graves, al Hospital en coches ambulancia.
Apenas
se tuvo noticia en Sagunto del suceso; todos los autobuses de línea que se
encontraban en la ciudad se apresuraron a salir para prestar los auxilios para
lo que fuesen requeridos. Gracias a ello, algunos heridos pudieron ser llevados
a Sagunto con relativa facilidad y rapidez. Otros heridos fueron trasladados a
Valencia en los coches ambulancia de la Diputación y del Ayuntamiento de
Valencia.
Las
dificultades del transporte de los heridos desde la vía a la carretera fueron
grandes por la oscuridad dominante y por la blandura del terreno, debida a las
recientes lluvias, que ofrecía serios obstáculos.
Los
facultativos del Hospital se presentaron en el establecimiento dedicándose a
curar a los heridos a medida que iban llegando.
La pareja de la Guardia Civil que viajaba en el
tren prestando el servicio de escolta fue ingresada en el Hospital Militar con
lesiones graves en todo el cuerpo aunque su vida no corría peligro. El fogonero
fue encontrado muerto en las inmediaciones de la vía.
A
las 16:00 del día 10, domingo, habían sido extraídos once muertos, había veintiocho
hospitalizados en Valencia y el número de heridos era indeterminado todavía ya
que habían sido curados en pueblos próximos y en la capital.
El
servicio de viajeros de los trenes de Valencia a Castellón y de los expresos,
correos y mixtos se realizó por la línea del Central de Aragón, entre Valencia
y el empalme de Sagunto.
Mientras
continuaban los trabajos de encarrilamiento y desescombro, a las 12:00 del
lunes 11, el comisario del Estado en los Ferrocarriles del Norte, Carlos
Escribano, después de inspeccionar el lugar del accidente, manifestó que el
material descarrilado formaba un bloque compacto imposible de despejar mientras
se hallasen entre él los cadáveres que aún no habían sido extraídos. Una vez
efectuada esta operación se procedió con medidas extremas, incluso incendiando
los restos de los coches, a la reparación de las averías causadas, con objeto
de dejar expedita la vía lo antes posible y la construcción de un nuevo pontón.
También
manifestó que había quedado demostrado que la catástrofe no fue originada por la
explosión de una bomba sino por haber quitado un carril de 12,48 metros a la
entrada del puente. Los autores del atentado habían levantado el carril
quitando los tornillos y dejándolos al lado para que no se advirtiera la
manipulación. Por
tanto, quedaba descartada la opinión del maquinista, que atribuyó el accidente
a la explosión de una bomba de contacto que habría estallado al producirse el
roce pasada la locomotora, afirmándose en esta creencia por haber desaparecido
el tender de la máquina completamente destrozado por efecto de la explosión.
Hasta
ese momento había diecinueve muertos.
Fueron
detenidos cinco individuos sospechosos de ser los autores de la catástrofe, dos
por la Guardia Civil y los otros tres por agentes de la Policía. Había absoluta
reserva sobre estas detenciones aunque parece que el principal culpable fue Enrique
Sauri Martí, Petra, natural de Foyos,
de veintinueve años, que vivía en casa de su suegro en La Puebla de Farnals.
El
martes 12, un coche de primera, que estaba incrustado en otro de tercera, lo
estaban cortando por la mitad ante la imposibilidad de sacarlo entero. Quedaban
todavía dos coches de tercera que ya se hubieran quemado o hecho volar si no
hubiera la suposición que dentro de ellos quedaban más cadáveres.
En este punto, los trabajos, a pesar de la
lluvia tenaz y persistente, continuaban por parte de personal experto en
metalurgia que, utilizando sopletes, cortaban los herrajes de los vagones para
poder retirar mejor el material destrozado y comprobaban si había o no más
cadáveres entre los montones de astillas. A última hora de la tarde se
extrajeron dos cadáveres. Ya eran
veintidós los fallecidos.
El jueves 14 seguían los trabajos de desmoche
en los que se trabajaba con soplete y con una potente grúa de 25 toneladas y
otra de mano más pequeña. Se instaló un nuevo puente metálico por personal
técnico especializado que llegó de Valladolid. El puente estuvo dispuesto al
día siguiente.
El día 16, sábado, a las cinco de la tarde,
quedó colocado en su posición definitiva el puente y las vías quedaron
expeditas, quedando restablecido el servicio.
El
acto terrorista provocó veintitrés muertos y treinta y ocho heridos y
mutilados.
ABC, 10/12/1933, 12/12/1933, 13/12/1933
EL HERALDO DE MADRID, 11/12/1933, 12/12/1933,
13/12/1933, 23/12/1933, 26/12/1933
EL SIGLO FUTURO, 12/12/1933, 13/12/1933,
14/12/1933, 28/12/1933
LA CORRESPONDENCIA DE VALENCIA, 12/12/1933
LA VANGUARDIA, 10/12/1933, 12/12/1933
LAS PROVINCIAS, 12/12/1933
MUNDO GRAFICO, 13/12/1933
NUEVO MUNDO, 15/12/1933
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